Alguien me dijo q yo tenía la cabeza dura, el corazón tierno y los ligamentos blandos -yo vivía y vivo torciéndome los tobillos, por lo tanto, todo mi cuerpo al ras de suelo-.
Sufro constantemente de falta de confianza en mí misma. Tengo, por suerte, amigos que confían en mi más que yo.
Tengo una timidez galopante disfrazada de mal humor y cara de perro. Me lastima que me mientan diciéndome que me dicen la verdad. Al dolor también lo disfrazo de mal humor o de indiferencia hacia lo que me hicieron. El enojo no me dura mucho, pero siempre me queda alguna cicatriz.
Tengo la letra y el pelo despeinado. Mis pecas, mi prosa, las ideas, los sentimientos y mi cuarto están desordenados. Me enternecen mis hijos cuando juegan y se ríen a carcajadas. Me da bronca la injusticia, pero no hago mucho al respecto. Me gusta la política, mas no los políticos.
Vivo en una casa desordenada Y, aunque intente ordenarla, mi paciencia va a desistir en cualquier momento para acompañar a mi inconstancia. Mi ropero está lleno de cajas embaladas con libros, que esperan la próxima mudanza.
Creo que Dios existe, pero no sé cómo es. También creo que no es como me aseguraron que era en el colegio de monjas al que iba.
Soy un poco chueca y me gusta mirar hacia arriba cuando camino, aunque no veo mucho porque no uso mis anteojos.
Algunos adultos me dijeron que tengo problemas con la autoridad. Yo digo que al respeto una/o no se lo gana por los años o por un cargo, sino por lo que uno es como persona, independientemente de la edad, el color, la jerarquía y demás etiquetas que se le pegan a las personas en la frente o en el disfraz que llevan. Lo demás es miedo, cumplimiento de reglas y, en algunos casos, inteligencia de la que yo carezco habitualmente. No practico ni el amor libre, ni vivo en comunidad, ni cultivo plantitas verdes-de momento, por lo menos-.
Me gusta ver por la ventana cuando llueve. Los días grises me invaden de una melancolía que se parece un poco a la resignación, pero que está mejor escrita.Tengo la vida llena de ausencias de gente que quiero o quise, pero pinto esos espacios con anécdotas o recuerdos que hacen bien.
Las tormentas de verano me encantan para chapotear y jugar, ensuciar a mis amigos y embarrar las zapatillas como cuando era chica. De más grande entendí que mientras yo juego bajo un aguacero violento, hay gente que pierde todo lo que tiene. Conclusión: las tormentas me producen contradicciones. Odio pisar baldosas flojas después de que ha llovido.
Mis recuerdos andan sueltos y juegan por mis días. A veces me rescatan cuando voy entre la muchedumbre y me llevan hasta mi casa sin renegar por el amontonamiento. Después, los domingos, me cobran cuando aparecen para hacerme llorar. Me gusta que sea así y que no estén enfrascados bajo llave en algún lugar de mi cabecita -a veces maliciosa y traviesa.
Quiero ser periodista cuando sea -más-grande, pero me dijeron que no lo soy y que hay muchas probabilidades de que no lo sea jamás. Igual disfruto de mi trabajo -que no es de periodista- y aprendo todos los días, pero no por el trabajo en sí, sino por la gente con la que estoy.Tengo ganas de decir "agarrate de mi mano, que tengo miedo del futuro" o "trepate a esta ternura de locos que hay en mí", pero no encuentro al fulano
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